El tren que sólo pasaba una vez
Cada pueblo tiene su leyenda, su mito arraigado en la identidad de sus gentes. En la aldea de San Mateo, escondida entre montañas altas y frondosos bosques, los ancianos contaban una historia acerca de un tren que sólo pasaba una vez.
En aquel rincón del mundo, no existía un horario fijo para los trenes, ni tampoco estaciones bien marcadas. Las vías serpenteaban entre colinas verdes y desembocaban en la nada, dejando tras de sí un eco de vida que sólo conocían los viejos del lugar. Según contaban, cada cierta cantidad de años, un tren especial aparecía de entre la espesura, un tren que sólo pasaba una vez en la vida.
Era un tren muy peculiar. No soltaba humo, no emitía un estruendo de hierro y acero contra las vías, y no parecía pertenecer a este tiempo. Sus vagones eran de un brillante color dorado que se reflejaba con la luna, como si estuvieran hechos de sueños y esperanzas. Y su silbato, más que un ruido, era un canto dulce que parecía susurrar promesas al viento.
Según la leyenda, este tren mágico no paraba por todos. Sólo se detenía frente a aquellos que habían perdido toda esperanza, aquellos cuya vida parecía haber llegado a un punto muerto. Entonces, de la nada, aparecía el tren, ofreciéndoles un viaje a un destino desconocido, pero sin duda mejor.
En el verano de 2023, la aldea estaba sumida en una gran tristeza. Había sido un año duro y las cosechas no habían sido buenas. La desesperanza se cernía sobre San Mateo y los habitantes parecían caminar con pesar por las calles polvorientas.
Una noche, el silencio de la aldea se rompió con un dulce y melódico sonido. Algunos miraron por sus ventanas y vieron cómo un brillante tren dorado emergía de entre las montañas. Los ancianos sonrieron al reconocer la leyenda hecha realidad.
El tren se detuvo frente a la casa de Rosalía, una viuda que había perdido a su marido y sus hijos en el duro invierno pasado. Rosalía, sorprendida y temerosa, salió de su casa y se acercó al tren. La puerta se abrió y una voz dulce la invitó a subir. Rosalía miró hacia atrás, su hogar, su vida llena de recuerdos amargos, y decidió subir al tren.
El tren dorado partió, dejando tras de sí un rastro de luz. La aldea quedó en silencio, sólo interrumpido por el murmullo de los ancianos que confirmaban que la leyenda era cierta. Desde aquel día, Rosalía no volvió a ser vista en la aldea. Sin embargo, cada vez que el viento soplaba fuerte y el silencio reinaba, los habitantes de San Mateo juraban escuchar la risa feliz de Rosalía.
El tren que sólo pasaba una vez no era una simple leyenda, era una esperanza. Era la promesa de que, sin importar cuán dura sea la vida, siempre habrá un tren dorado esperando para llevarnos a un lugar mejor. Y aunque sólo pasara una vez, ese único viaje podía cambiarlo todo.
Este texto e imágenes han sido generados por una Inteligencia Artificial, cualquier relación con la realidad es pura coincidencia, o no.