El laberinto
Había una vez un joven llamado Diego que estaba obsesionado con los laberintos. Desde que era niño, había sido cautivado por la idea de perderse en un enmarañado conjunto de caminos, y había pasado innumerables horas trazando laberintos en el suelo con palos o jugando videojuegos en los que debía encontrar la salida de un laberinto.
Un día, mientras paseaba por el bosque, encontró un laberinto tallado en piedra. No tenía idea de cómo había llegado allí, pero no podía resistirse a la tentación de entrar y explorarlo. El laberinto era enorme, con paredes de piedra que se alzaban sobre su cabeza y sin señales que indicaran una salida. Diego comenzó a caminar por los pasillos, buscando pistas sobre cómo escapar.
Pasaron horas, y Diego seguía caminando sin rumbo fijo, sin saber si estaba avanzando o retrocediendo. Pronto comenzó a darse cuenta de que el laberinto era más grande de lo que parecía, y que no había forma de que pudiera encontrar la salida por sí solo. Comenzó a desesperarse, pensando que se había metido en un lío del que no podría salir.
De repente, oyó una risa. Al principio pensó que estaba imaginando cosas, pero luego la escuchó de nuevo, más fuerte. Se giró hacia la dirección del sonido y vio a una figura encapuchada que se acercaba a él desde la oscuridad. Diego se asustó al principio, pero luego se dio cuenta de que era su amigo Andrés, que también estaba obsesionado con los laberintos.
Andrés había estado explorando el laberinto por su cuenta y había encontrado a Diego gracias a su aguda audición. Juntos, comenzaron a buscar la salida, trabajando juntos para resolver los acertijos y encontrar la ruta más corta hacia la salida. Al final, después de muchas horas de búsqueda, lograron encontrar la salida del laberinto.
Cuando salieron, se dieron cuenta de que había pasado todo el día, y que la noche había caído. Pero la oscuridad no los asustó, ya que habían encontrado una salida del laberinto y estaban seguros de que podrían enfrentar cualquier desafío juntos. Diego se dio cuenta de que, aunque había pasado toda su vida obsesionado con los laberintos, la verdadera alegría estaba en encontrar amigos para salir del laberinto de la vida.
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