
I love you Braaaagaaaaa
¿Qué decir de Braga? Quizá que pocas ciudades en Portugal combinan con tanto encanto su inmenso legado histórico y su vibrante vida contemporánea. Fundada en época prerromana y ensalzada por los romanos como Bracara Augusta, Braga ha sido durante siglos un importante centro religioso y cultural: su majestuosa catedral, una de las más antiguas del país, atestigua la importancia que adquirió como sede episcopal desde el siglo XI. Sin embargo, más allá de sus iglesias barrocas, plazuelas adoquinadas y museos, Braga late hoy con dinamismo universitario, festivales de música y una gastronomía que reinventa lo tradicional.
Pero aquí no venimos a hablar de historia ni de arquitectura sino de experiencias, así que ChatGPT quita que me toca. Llegué a Braga el martes 22 de abril, concretamente a Gualtar, un pueblito en las afueras, quien dice pueblito dice resort de lujo, porque las casas que por allí se ven no son normales. Mi primer alojamiento era una vivienda unifamiliar, de tres pisos y con terraza apuntando a la montaña, al lado de UMinho (Universidade de Minho), las vistas eran impresionantes y trabajar allí, hiciera calor o frío, una gozada. La mayoría de compañeros eran estudiantes y gracias al poco tiempo que pasaban en las zonas comunes de la vivienda pude disfrutar la terraza casi de forma exclusiva, lo necesitaba, mi habitación sólo tenía una ventana, desde la que se veía, a 10 centímetros, el muro de la casa de al lado, ventana por la cual no entraba ni una pizca de luz, así que tocaba hacerse fuerte en la terraza, al menos para trabajar.
Un lugar de 10 para vivir, super tranquilo, a menos de una hora andando del centro de Braga, con unas vistas a la colina impresionantes y arriba, asomada entre la arboleda, la capilla de «Bom Jesus do Monte», una pequeña Iglesia que proporcionaba a la colina un aura especial, sobre todo por la noche, una pena que el teléfono no sea capaz de capturar la esencia nocturna del lugar debido a la distancia. Si tienes oportunidad de ir y verla desde abajo por la noche, llévate una buena cámara, estoy seguro que las fotos serán espectaculares.
Buen tiempo por lo general, mucho calor algunos días y lluvia, mucha lluvia, otros; quienquiera que dirija este universo escuchó mis plegarias, o quizá fue la peregrinación a la capilla de «Bom Jesús do Monte» la que motivó el regalo que el tiempo me hizo antes de irme, poder disfrutar de un día de lluvia, por cierto, ascenso super recomendable, se hace bastante rápido, en menos de una horita y las vistas desde arriba, pues ya te las puedes imaginar, todo Braga y alrededores y si no, para eso hice unas cuantas fotos que puedes ver abajo. Los primeros días, allí en la terraza, bajo el sol justiciero (por suerte había unas mámparas tanto laterales como un tejadito que bloqueaban el contacto directo) pensaba yo, «Tiene que ser mágico un día de lluvia aquí, con estas vistas» y así fue, al final por suerte pude experimentarlo un día, que no paró, confirmando lo que ya sospechaba: esa terraza, con lluvia, nubes o con sol, era un auténtico remanso de paz y tranquilidad.
Luego vino el apagón, empezaba el día consultando las redes y que mi negocio siguiera en pie, cuando de repente me encuentro con el notición, España sin luz al completo, ¡Toda España! «¿Cómo puede ser eso?», «¿Será provocado?», «Qué raro que de repente se quede sin luz todo un país…», miles de preguntas rondaban mi cabeza pero lo mejor estaba por llegar cuando leo que en Portugal tampoco había luz, «No me lo creo», me dispongo a encender una luz: «Clic», «Upssss, pues parece cierto», intento encender otra, luego otra… «Nada! Que tampoco hay luz, vaya!», «Esto sí que es raro». No pasó mucho tiempo hasta que la cabeza activó el modo supervivencia, «¿Qué cosas tengo?», «Qué puedo necesitar?», «Mierda! Si me quedo sin batería en el móvil no voy a tener luz de ningún tipo», necesitaba una fuente de luz. Con pies en polvorosa directo a la calle con la misión de encontrar una linterna a pilas que, al menos, me permita ver en la oscuridad, en una vivienda de tres pisos en la que hay que andar bajando y subiendo escaleras, sin ventanas al exterior, mejor tener algo de luz a mano.
Al salir se empieza a sentir el caos, más coches de lo normal, de un lado para otro y rápido, todos parecían llevar prisa. Caminas y empiezas a ver gente saliendo de los negocios con litronas de agua, papel higiénico no vi mucho la verdad, cocinas portátiles, alimentos enlatados, etc. «¿Se nos habrá ido la olla otra vez como con el COVID o tendrá justificación real?», por suerte yo ya había comprado pasta y arroz el día anterior y tenía lo necesario para aguantar unos días, sólo necesitaba una fuente de luz, tenía que conseguir algo. Pregunto en varios lugares y nada, – «¿Dónde se puede conseguir una linterna?», – «En el chino de la calle de abajo» me dicen, allá que voy, no son ni 10 minutos caminando.
A medio camino, me paro en una tienda que tiene de todo a preguntar, linterna no pero sí velas y cerillas, «¡Me sirve!» pensé, si no conseguía una linterna al menos podría tener algo con lo que generar luz, aprovecho para comprar una latita de atún y poco más y continúo el camino en busca de la linterna perdida. Por el camino el caos continua respirándose en el ambiente, pero no es un caos cualquiera, es raro, mientras los coches van y vienen como locos de un lado para otro, unos se cruzan, otros pitan, las personas van a otro ritmo. Los señoriños sentados en sus sillitas en la puerta del bar charlando entre sí junto a los dueños, la gente fuera de sus casas y locales, se saludan, hablan, preguntan, vacilan, ríen. La sensación era extraña, mientras algunos andaban como locos buscando lo que no iban a necesitar, otros tranquilos sin preocuparse más que del momento. Conseguí mi linterna, no a cualquier precio, ya que eso supuso quedarme sin dinero efectivo, recordemos que ni tarjetas ni cajeros funcionaban. Ahí es cuando uno empieza a ser consciente de la realidad y lo grave de la situación que, de durar más días, me temo que iba a ser muy diferente, pero, por suerte, pudo solventarse relativamente pronto, antes de que el caos de verdad hiciera mella en la gente una vez los recursos disponibles empiezan a terminarse.
Poco más te voy a contar, al final, lo que vi a lo largo del día fue al ser humano de verdad, a ese en contacto con la naturaleza, en contacto con los demás, sin pantallas ni frivolidades, las apariencias en casa, ya no importaba tu vida ni quién fueras, lo que tuvieras o dejases de tener, simplemente vivir. Vi al ser humano real, no a esa versión automatizada y robótica del día a día que va y viene sin pararse a preguntar ni siquiera adónde. Vi a la gente disfrutar con sus pequeños, familias juntas, vecinos compartiendo espacios y conversaciones, incluso recursos, vi alegría en las caras, por un día, aunque fuera de manera forzada, la gente pudo escapar del ajetreo de sus quehaceres diarios y disfrutar de lo que realmente importa, la vida.
«El jueves cambio de alojamiento, ¿Cómo voy a hacer para llegar no puedo ni comunicarme con la anfitriona? ¿Me echarán de aquí sin tener a dónde ir? ¿Qué haré si esto dura mucho? Estoy aquí, sólo, viviendo con tres desconocidos, en una casa que no es mía, en un pueblo que ni conozco…». Miles de cuestiones continuaban asaltando mi cabeza, por lo que decidí dejarme llevar, lo que tuviera que ser sería, de nada me iba a servir colapsar la cabeza con preguntas que en ese momento nadie podría responder. A partir de ahí ya sabéis, por suerte, la luz volvió de noche y lo que llamamos «normalidad» se recuperó, ya podíamos volver a llenar nuestro tiempo con cosas innecesarias y nuestra vida con problemas superfluos.
Todo terminó en cuestión de horas, así que el jueves, según lo planeado, me mudé a un lugar más céntrico en Braga, al ladito de la catedral, desde donde escribo esto, una habitacioncita en un piso con vistas a una avenida por la que circulan los coches día y noche, en la que tengo a cuatro pasos todo tipo de comodidades, restaurantes, sushi, tiendas, hasta cuatro supermercados he podido contar, pero que le falta mucho, sobre todo viniendo de donde vengo.
Y aquí estoy, otra vez, en el centro de Braga, donde ya he visitado la catedral, tanto de día como de noche, he paseado y descubierto lugares que no había visto en otras ocasiones, disfrutando de la belleza de esta ciudad que, a pesar de ser una ciudad más bien dormitorio, tiene un gran encanto, sobre todo cuando uno se pierde por las callejuelas del centro histórico. Pero es una ciudad que, personalmente, me da la sensación de despersonalizada, si te sales de los lugares de interés todo lo que ves son enormes edificios de viviendas super feos mezclados con viviendas clásicas, incluso abandonadas, que rememoran los tiempos de un pasado más auténtico, como si la ciudad hubiera crecido de manera desordenada y brusca.
De todas formas, como gritaba uno subido a un enorme bloque de piedra en un céntrico parque «I love you Braaaaagaaaa». Y es que, en realidad, así es, en parte lo comparto, Braga, a pesar de todo es una ciudad con mucho encanto, no sé como será vivir aquí, quizá lo experimente en un futuro no muy lejano, me encanta Braga, no tiene las prisas de la gran ciudad ni tampoco la pausa de un pueblo, es turísticamente atractiva pero no está sobre explotada, los precios no se han ido por las nubes, por lo general y me da la sensación que hay espacios para todos. Eso sí, dónde esté «La Coru», que se quiten las demás… : ) Nos veremos pronto.
A seguir caminando.
Desarrollador de software, informático, emprendedor y entusiasta por la tecnología desde tiempos inmemoriales. Inquieto por defecto, curioso por naturaleza, trato de entender el mundo y mejorarlo utilizando la tecnología como herramienta.