El vaivén de las olas
Siempre le había gustado el mar. Desde que era pequeña pasaba horas en la playa mirando las olas, escuchando su relajante sonido, sintiendo su suave tacto en los pies. Soñaba con ser sirena, nadar con los delfines y explorar el mundo submarino.
Creció pero su amor por el mar nunca se desvaneció, se hizo bióloga marina y dedicó su vida a estudiar y proteger el océano y sus criaturas. Viajó a muchos lugares, se sumergió en las profundidades, descubrió nuevas especies, se maravilló ante la belleza y la diversidad de la vida.
Lo conoció en uno de sus viajes, él era marinero, capitán de un pequeño barco que ofrecía excursiones a turistas, tenía un rostro robusto, una sonrisa encantadora y una pasión por el mar que coincidía con la de ella, rápidamente se enamoraron y decidieron vivir juntos en su barco, navegando de un puerto a otro compartiendo aventuras y sueños.
Eran felices hasta que llegó la tormenta una tempestad repentina y violenta que les pilló desprevenidos, en plena noche. El viento aullaba, la lluvia arreciaba, los relámpagos relampagueaban y las olas se mecían hasta el punto de zarandear el barco como si fuera un juguete rompiendo el mástil, rasgando las velas y agrietando el casco.
Ella estaba aterrorizada pero él estaba tranquilo, la cogió de la mano y le dijo que confiara en él que confiara en el mar. Le dijo que el mar era su amigo su hogar, su madre, que el mar no les haría daño, que el mar les salvaría.
Le dijo que la quería y la besó.
Entonces, una ola enorme los arrastró, ella perdió el equilibrio y sintió que se hundía en la oscuridad. Gritó su nombre pero él no respondió, intentó nadar para alcanzar la superficie pero estaba demasiado débil. Sentía que le ardían los pulmones y los ojos se le cerraban, se le paraba el corazón.
Pensó que iba a morir pero no fue así. Se despertó sobre un suave lecho de arena bajo un cálido sol y rodeada de peces de colores. Miró a su alrededor y vio que estaba en una cueva de coral con una abertura que dejaba entrar la luz y el agua. Allí estaba él tumbado a su lado, sonriendo.
Le dijo que las sirenas les habían salvado, habían visto en la tormenta y se habían compadecido de ellos, los habían llevado a su cueva y les tenían un regalo, una nueva vida, una vida en el mar.
Le enseñó las piernas y ella vio que habían desaparecido, en su lugar había una cola larga, brillante y escamosa. Una cola de pez, de sirena. Las suyas también tampoco estaban ya.
Ella se sorprendió pero él se alegró, se habían convertido en sirenas que se habían hecho uno con el mar. A partir de ahora podrían nadar con los delfines, explorar el mundo submarino y vivir con las sirenas, ser libres, felices, estar juntos.
Le cogió la mano y la besó.
Le preguntó si estaba preparada para ir con él a conocer su nuevo hogar mientras le preguntaba si lo amaba, si amaba el mar, si amaba su regalo.
Ella le miró y sintió una oleada de amor, lo amaba más que a nada. Asintió y sonrió, estaba lista para marchar juntos a su nuevo hogar.Salieron nadando de la cueva hacia el mar abierto.
Vieron el sol brillando a través de las olas.
Vieron las olas que se mecían suavemente.
Se balancearon con ellas en armonía, en alegría, en amor.