La enseñanza de Monesvol
En el pequeño pueblo costero de Pastera, los habitantes llevaban generaciones dedicándose a la pesca. Sin embargo, en los últimos tiempos, las redes volvían vacías y el hambre empezaba a cernirse sobre la población. Los pescadores, desesperados, decidieron realizar una plegaria a Monesvol, el Monstruo Espagueti Volador, deidad de los pastafaris.
Una noche, cuando la luna estaba en su punto más brillante, se congregaron en la playa, con ollas llenas de espagueti cocido como ofrenda. Rogaron por una solución a su penuria. Mientras elevaban sus rezos, un resplandor dorado descendió del cielo, y ante su asombro, ahí estaba Monesvol, con sus apéndices de pasta y ojos de albóndigas observándolos.
«¡Oh, Monesvol!”, exclamó el jefe de los pescadores. “Ayúdanos en nuestra hora de necesidad”.
Monesvol observó a la gente y sus ollas de espagueti, y en un tono sereno y amable, respondió: “Veo que el mar ha sido vuestro sustento y ahora os da la espalda. Pero no temáis, os enseñaré una nueva manera de vivir”.
Durante las semanas siguientes, Monesvol instruyó a los habitantes en el arte de la agricultura. Les enseñó cómo preparar el suelo, sembrar trigo y cuidar las plantas hasta que dieran fruto. Los aldeanos, aunque inicialmente escépticos, siguieron sus enseñanzas con esmero.
Con el tiempo, los campos de Pastera se llenaron de dorados tallos de trigo. Monesvol no solo les enseñó a cultivar, sino también el arte de hacer pasta con el fruto de su trabajo. Los aldeanos aprendieron a crear espagueti, tallarines, lasañas y muchas otras delicias.
Un día, mientras la aldea estaba ocupada en la cosecha, Monesvol anunció que era hora de partir.
“Pero, ¿cómo te agradeceremos?”, preguntó el jefe de los pescadores.
Monesvol sonrió y contestó: “Compartiendo lo que habéis aprendido. Enseñad a otros pueblos a cultivar y a hacer pasta. Vivid en armonía con la tierra y con vuestros vecinos, como habéis vivido con el mar. Y en cada plato de pasta que preparen, recuerden la conexión que todos compartimos”.
Dicho esto, Monesvol se elevó hacia el cielo, desapareciendo en un destello de luz dorada.
Desde entonces, Pastera prosperó como nunca antes. No sólo se convirtió en un próspero centro de agricultura, sino también en un lugar donde las personas de pueblos cercanos venían a aprender el arte de la pasta. Los habitantes nunca olvidaron la enseñanza de Monesvol y, en su honor, cada año celebraban una gran fiesta donde compartían espagueti con todos los visitantes.
Así, el legado de Monesvol perduró no solo en las recetas de pasta que preparaban, sino en el espíritu de comunidad y generosidad que floreció en Pastera.
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